Dios crea el matrimonio

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“Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada varona, porque del varón ha sido tomada. Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer, y vendrán a ser una sola carne.”(Gn 2,23-24)

Dios, cuando creó a la mujer, creó el matrimonio.

El matrimonio es sólo para el ser humano, no para otras criaturas que tengan un cuerpo o sean sólo espirituales.

Dios crea al hombre del polvo, pero el hombre se siente solo en la creación de Dios. Ve lo creado y no puede unirse a ello. No se reconoce en lo creado. Sólo ve a Dios que le ha dado una vida, pero no sabe vivirla.

Cuando Dios crea a la mujer, el hombre reconoce en ella su misma carne y su misma alma. Reconoce a la mujer como un camino en la vida, como una verdad para su vida, como algo de él. Por eso, le da un nombre, que es el suyo mismo, pero en femenino. La mujer es como el varón en todo, menos en su vida sexual.

Y el hombre, viendo a su mujer, entiende de Dios lo que es la mujer y para qué está hecha la mujer en Dios.

Comprende el matrimonio, como lo ve Dios, y hace de la mujer su ideal en la vida.

Unirse a una mujer en la carne es para todo hombre su ideal, su conquista, su objeto en la vida. No hay hombre que no quiera unirse a una mujer carnalmente.

Pero Dios señala al hombre otra unión, además de la carnal. Una unión espiritual y de almas. Pero estas uniones se dan en la unión carnal, no fuera de esa unión carnal.

El matrimonio une dos cuerpos para unir dos almas y dos espíritus. Pero primero es la unión de cuerpos. Sin esta unión, no se da el matrimonio como lo ve Dios.

Dios puede querer un matrimonio espiritual, sin la unión de cuerpos, pero esto sólo por un designio divino, que sólo Dios conoce y obrar. Es el caso del matrimonio entre la Virgen María y San José. Pero este matrimonio es sólo para ellos, no es modelo de matrimonio para el hombre.

El matrimonio, para Dios, comienza en la carne y, después, se da lo demás en ese matrimonio. Pero comenzar en la carne no significa que se busque la carne al principio de la relación, sino que el matrimonio se da cuando se dan los sexos. Y para dar los sexos, conviene una preparación espiritual en que los dos sepan a lo que van y se amen con el corazón, no con la carne.

No hay que gustar la carne antes del matrimonio. No son las relaciones premattimoniales los que señalan un matrimonio. Es el deseo del corazón lo que da lugar a la unión de cuerpos.

Ser una sola carne como Dios lo quiere entre hombre y mujer sólo es posible en el matrimonio con Dios. Dios une al hombre y a la mujer con Él en el matrimonio. Dios no sólo une al hombre y a la mujer. Dios no hace una unión carnal o humana y deja eso que transcurra sólo en lo humano, en lo natural, en lo material de la vida. Dios, al unir al hombre y a la mujer, une sus espiritus a Él. Y todo matrimonio en Dios es con Dios, no fuera de Dios, no es para el hombre o para la mujer, no es para una vida humana con fines humanos, sino para una vida divina.

“Este misterio es grande; mas yo lo digo en orden a Cristo y a la Iglesia”(Ef 5,32)

Por eso, el matrimonio se ensalza en la Iglesia como la unión de Cristo y de la Iglesia. Cristo representa al Hombre. Y la Iglesia, a la Mujer. Cristo es la Cabeza de la Iglesia, y la Iglesia es la Mujer que da a la Cabeza su Amor, su Gloria, su Fin en la vida.

Cristo puede obrar en la Iglesia, no porque Él la funda, sino porque la Iglesia es el Camino para que se obre el Amor de Dios. Y sin la Iglesia, Dios no obra su Amor entre los hombres. Todo lo hace Dios en su Iglesia, no fuera de Ella.

Por eso, la Iglesia está primero en el corazón de los hombres, después en lo exterior de la vida, en los templos, en las capillas.

El matrimonio entre hombre y mujer realiza esa unión entre Cristo y la Iglesia. Y la realiza en su forma carnal, humana, material de la vida. Cristo se une a la Iglesia de forma espiritual, no carnal, no humana, no material, porque el Reino de Dios es espiritual, no humano. Pero el hombre se une a su mujer de forma carnal, porque en la carne ha sido creado, no en el Espíritu. Y hay que obrar en la carne lo que en el Espíritu se da entre Cristo y la Iglesia.

Por eso, Dios une a Él al hombre y a la mujer cuando se dan la carne en el matrimonio. Y comienza para ellos algo nuevo en Dios, no fuera de Dios.

Por eso, la importancia de ver en Dios la pareja del matrimonio. Porque Dios no quiere cualquier hombre o cualquier mujer en el matrimonio. Dios elige sus matrimonios. Elige al hombre y a la mujer. Dios no elige a ningún alma para el matrimonio si esa alma no está dispuesta a una unión que la carne no da, que es la unión con Dios en el Espíritu.

Por eso, se dan muchos matrimonios que, aunque tienen la gracia del Sacramento, no son matrimonios para Dios ni con Dios. No se discernió bien ese matrimonio. No se vio bien en Dios la conveniencia de ese matrionio para realizarse, sino que sólo se atendió a lo humano de los dos, a su punto de vista humano o a lo social de esa unión.

Hay muchos matrimonios areglados por el hombre que no quiere Dios. son del hombre y para el hombre, pero no para Dios. Dios no une nada entre hombre y mujer si Él no ha escogido esa unión para Él. Dios, después, saca de ese matrimonio cosas para los dos, pero no les sirve a los dos ni para salvarse ni para santificarse en la vida.

El matrimonio es algo muy distinto en Dios a como lo ven los hombres. No es un asunto humano, de las circunstancias de la vida. Es un asunto divino, llevado por Dios hasta las últimas consecuencias de esa unión entre hombre y mujer.

No se sabe ver en el mundo de hoy la verdad del matrimonio, porque tampoco se sabe discernir el Amor de Dios de los amores humanos, materiales, carnales, naturales, de la vida de los hombres. Y si no se ama en la Voluntad de Dios, el amor es sólo un producto del hombre y un fruto del hombre, pero Dios no interviene en ese amor. Por eso, hay tantas relaciones, noviazgos, matrimonios, uniones que sólo sirven para el hombre, pero no para Dios.