Amor de madre

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El amor de madre es un amor diferente al amor de mujer. Son dos amores que, cada mujer, tiene en su ser siempre. Y está en cada mujer así la mujer no tenga hijos, así sea estéril, así, por las circunstancias de la vida, su maternidad no sea la esperada por ella.

El amor de madre define el amor de mujer, lo hace ser lo que es y le da, a ese amor de mujer, un destino en la vida.

La mujer no es sólo mujer, no sólo ama como mujer, no sólo vive como mujer. La mujer es, también, madre. Y ser madre define el ser de mujer. La mujer no se define por ser mujer, sino por ser madre.

La maternidad está en el centro del ser de la mujer. La mujer ha sido creada para ser madre, no para ser mujer. El hombre ha sido creado para ser hombre, no para ser padre. La paternidad es algo que se le da cuando ama a una mujer, cuando ve el fruto de su vida en una mujer. Pero el hombre nunca desea ser padre, tener un hijo. No tiene el amor de padre en su ser.

La mujer es para la maternidad y sólo para la maternidad. La maternidad es la obra del amor del corazón en una mujer. No es la obra de su carne, o de su humanidad, o de su pensamiento de mujer. Es la obra de ese amor que está en el corazón de cada mujer.

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Por tanto, la mujer debe saber qué quiere Dios de su maternidad, de su amor de madre. No sólo debe saber qué hombre quiere Dios para ella como mujer, sino el fruto de ese amor hacia ese hombre que se concreta en los hijos, en ser madre.

Las mujeres descuidan discernir los hijos ante Dios y tienen los hijos de su deseo carnal, de su deseo humano, de su deseo vaginal, pero no los hijos que Dios quiere, los que provienen del deseo divino del hijo en una mujer.

La vida de una mujer no es para tener hijos con cualquier hombre, no es para formar una familia, para buscar un hombre que sea el padre de sus hijos.

La vida de una mujer es para dar a Dios el fruto de su amor de madre. Y, por eso, buscar los hijos que Dios quiere y con el hombre que Dios quiere. Sólo así la mujer se salva por su maternidad. De otra manera, la mujer hace su vida, según su voluntad humana y busca sus hijos, pero no los hijos que Dios quiere. Y esos hijos, buscados por voluntad de su carne, no la salvan y no la santifican por sí mismos.

La mujer es madre para amar y engendrar el amor en sus hijos. Sus hijos deben ser el fruto de su amor de madre. No deben ser el fruto de un amor carnal o de un amor humano o de un amor instintivo. Los hijos son para Dios, no para la madre. Y hay que darle a Dios los hijos que Él quiere.

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La mujer descuida este punto tan fundamental en su vida de mujer y, por tanto, hace de su matrimonio sólo una guarida para lo humano, con hijos dedicados a una vida humana, pero no hace de su vida una escala para ir a Dios. Y, después, no sabe dar a sus hijos la educación que Dios quiere de ellos, sino que enseña a sus hijos las cosas del mundo, las cosas humanas, las cosas materiales, pero no les enseña el camino del amor que debe conducirlos al cielo.

No es fácil ser madre en un mundo que desprecia el amor de madre en la mujer. En un mundo centrado sólo en la conquista del placer, no en la batalla del amor. Y, por eso, la familia y los matrimonios se destruyen porque la mujer no es madre, no obra su amor de madre, desatiende ese amor y lo desprecia.

Un mundo sin madres es un mundo sin amor. Un hijo sin el amor de madre es un hijo con el amor del mundo. Un hombre sin una mujer que sea madre es un homvre para la conquista del placer sexual.

La mujer tiene que ser mujer en su maternidad. Si no hace eso, la mujer se queda sólo en el amor carnal y vive sólo para el fruto de ese amor carnal.